Ante la gran repercusión de la entrada anterior y haciendo caso al clamor popular, publico el fragmento de la regla y de Isabel Coixet:
Ver una peli de Isabel Coixet es como tener la regla, ¿no os parece?
Primero notas un dolor horrible que te remueve las entrañas y sientes que la vida es un pozo de sufrimiento del que no se puede salir; y que, además, has engordado 3 kilos, ¡3 kilos! —pese a que no te importen las convenciones sociales sobre el físico de la mujer, siempre y cuando se trate del físico de otras mujeres—, y quieres romper el espejo en mil pedazos… Y te quedas contemplando con los ojos vidriosos el devenir del mundo, todo melancólica tú, a través del cristal de tu ventana… Las luces, los coches y la gente corriendo, y te preguntas qué lugar ocupas en el mundo si todo es pena y tristeza, y qué sentido tiene la existencia, ¿¿qué sentido?? ; y estás pensando en lo terrible que es la vida, y sientes que el futuro que te espera es tan incierto como desolador… Y entonces llega un hombre —pongamos que es una pareja, pero podría ser cualquier otro objeto— que te dice que va a bajar al supermercado y te pregunta si quieres algo; o también te puede decir que va a ver la etapa de montaña de la Vuelta Ciclista o del Open de Australia… Y ¡¡a ti qué te importa si todo es un asco!! Sientes que la rabia se apodera de ti porque ese tío no entiende que la vida sea una mierda y lo que es peor: NO TE ENTIENDE A TI, porque es un egoísta que no tiene ni idea de lo mal que lo estás pasando, porque vamos a morir todos sin que quede rastro alguno de nuestra vida ni de la infelicidad que eso y los 3 kilos te provocan; y le dices que no puedes soportar seguir así y que es un insensible que no entiende nada, y te vas dando un portazo; y, antes de hacer temblar las paredes con ese portazo, añades que su madre es una gilipollas que hace seis meses te dijo que el vestido rojo te quedaba un poco justito, y que se lo pueden meter por el culo —su madre y él—. Es más, raro es que no montes un numerito destrozando tu vestido rojo favorito, que ya no te entra, mientras que el susodicho está pensando en por qué estarás haciendo trizas ese vestido azul si la única imagen que tiene de ti con ese vestido es tu cuerpo sin el vestido y ni siquiera eso, porque en su mente confunde ese cuerpo tuyo con el de un anuncio de desodorante que vio cuando era un adolescente (en el mejor de los casos); y sales corriendo por las calles, confusa, cruzándote con una muchedumbre de desconocidos mientras amargas lágrimas surcan tu rostro.
Entonces, después de tropezarte y tropezarte con insensibles viandantes anónimos, de repente, te paras a respirar y miras al infinito; respiras otra vez y contemplas absorta un atardecer espectacular y te percatas de lo hermosa que es la vida; o, mejor: te topas con un jardín lleno de mierda con una pequeña flor que florece al lado de una caca de perro y percibes la belleza de las cosas pequeñas y la importancia del equilibrio en nuestra existencia; o mejor, mejor: ves una paloma asquerosa y sucia y sonríes porque te has dado cuenta de que la belleza está en el interior. En ese momento, notas la paz crecer dentro de ti y vuelves a correr llena de energía porque un rayo de sol te roza las mejillas, aunque esté lloviendo, y sientes que el mundo está lleno de color y que la vida, sí, merece la pena ser vivida. Y subes las escaleras de dos en dos, aunque vivas en el décimo, para abrazar al del Circuito de Montmeló y decirle que tenéis que ser felices porque la felicidad es algo muy sencillo. Pues, eso, me gusta Isabel Coixet y no es ironía.