Isaac Rosa, mon amour: «El vano ayer».

 

Allá por mayo, acepté escribir un artículo que consistía en redactar una crítica literaria. Os voy a contar toda la historia porque me parece muy oportuno hacerlo para que se entiendan los motivos que me mueven a escribir esta entrada. Como imagino que ya estáis acostumbrados a textos largos, no os causará ninguna sorpresa que este no parezca tener fin, ni lo denso que puede llegar a ser. Incluso a mí me lo ha parecido al escribirlo. Estuve tentada a partirlo en dos partes, pero total, ¿para qué? Esta entrada es una deuda que tengo y la quiero zanjar de una vez. Por lo que es incluso más larga de lo habitual. Qué decir, se me ha ido de las manos.

 

Cuando vi en la casilla de encargos disponibles, uno de temática histórica, de la más alta categoría en la clasificación de artículos, di un salto. Me apasiona la historia, soy una aficionadilla del tres al cuarto a la que le vuelven loca los temas históricos, no todos, por ejemplo Egipto me parece un rollo. Espero no molestar a los egiptomaníacos (esta palabra no existe, ¿verdad?). El encargo no solo parecía interesante, sino que además prometía un buen precio. Pinché en el encargo y era una crítica literaria. Otro salto. Leí las instrucciones, una lectura superrápida. Era una crítica sobre un libro que trataba sobre la dictadura y el cliente quería un noséqué que lo relacionara con la memoria histórica. Pensé “qué interesante”, además pagaban medianamente bien para lo que suele ser lo habitual. Sin embargo, soy precavida y aunque empezaba a ponerme nerviosa, volví a leer las instrucciones para asegurarme de que no se trataba de uno de esos libros en contra de la memoria histórica, muy a lo hija del general yagüe. Comprobé que no era así, lo acepté y lo volví a leer otravez para enterarme ya de una vez por todas de qué iba el encargo.

 

Estaba nerviosa, reconozco, parecía muy interesante y leí que se trataba de una crítica literaria de un libro de un tal Isaac Rosa. “Isaac Rosa”, dije una vez, “¿de qué me suena a mí ese nombre?”. Cuando estoy nerviosa, la memoria me falla en esto de los nombres. “Isaac Rosa, me suena muchísimo”; la tercera vez que repetí Isaac Rosa, exclamé: “¡Isaac Rosa, mon amour!”. Me emocioné tanto cuando caí en la cuenta de quién era que empecé a temblar. En serio. Como cuando te cruzas con alguien que te gusta por la calle. Bueno, en realidad, eso es lo que había pasado. Isaac Rosa se había cruzado conmigo y a la emoción de tener que escribir una crítica literaria sobre un tema interesante, se sumaba la taquicardia que me producía que fuera de un libro de Isaac Rosa, un escritor del que me había enamorado unos meses atrás.

Me enamoré de Isaac Rosa cuando leí este artículo:

http://www.eldiario.es/zonacritica/posible-hagan-ilusiones_6_29807024.html.

Incluso me dio ideas para una entrada que nunca escribí. He encontrado hace poco el esquema que preparé para escribirla. Iba a tratar de los acontecimientos históricos probables o poco probables. Es más, me sorprende tanto encontrarme estos esquemas que me hago, que luego cuando los leo, no los reconozco de ninguna manera y aparecen ideas que se supone que he escrito yo, pero podría haberlas escrito otra persona. Y no, debo haberlas escrito yo, porque están en mi ordenador. Por cierto, absolutamente recomendables todos y cada uno de sus artículos.

A lo que iba… Vale, tenía que hacerlo sin leer el libro, tenía solo tres días y mi salario rondaba los treinta euros. No me daba tiempo a mucho, la verdad, además me pedían referencias a fragmentos del libro e incluso, referencias bibliográficas a otros autores. Casi nada para un trabajo de tres días. Estaba muy emocionada, pero la carga del trabajo también me presionaba. No es lo mismo escribir una crítica literaria de un libro y de una persona que no te interesan en absoluto que hacerlo de alguien que te pone. Que eso es lo que me pasa con este hombre, que me pone muchísimo. Así, poner, lo que se dice poner… Ya me entendéis, poner, poner… No sé si os habrá pasado alguna vez, que lees las palabras de alguien y sientes deseos de abalanzarte sobre esa persona y saltarte las convenciones sociales y físicas, como estados civiles, situación y demás, muerte o edad… Vamos, que me pone muchísimo el bueno de Isaac. Sus palabras, su manera de utilizarlas, lo que dice me excitan. Buf, ya lo he dicho. Estoy superenamorada de él. Solo me ha pasado con otro escritor, James Patrick Donleavy, un estilo totalmente diferente, quizás algún día hable de él y de su forma de escribir sucia y personalísima. Solo os diré que tanto la frase que da título a este blog como el subtítulo son suyas, o ¿acaso habíais pensado que eran mías? No, no, son de mi otro gran amor Donleavy.

Volviendo a mayo, estuve como una hora dando vueltas por mi casa, repitiéndome sin parar que iba a escribir una crítica literaria de un libro que parecía muy interesante de un escritor del que estaba enamorada. Y que no me lo iba a poder leer. Normalmente este tipo de trabajos los resuelvo sin mucha comedura de tarro. Quiero decir, lo tengo que hacer y lo hago de forma metódica. Busco la información y no hay problemas de conciencia. Pero claro, estaba tan emocionada y a la vez me sentía tan mal porque iba a escribir una crítica sin haberme leído el libro. Me sentí sucia. Me encontraba aturdida y con sentimientos encontrados. Finalmente, lo atajé asumiendo que redactaría una crítica falsa lo mejor posible, consultando otras críticas y que cuando tuviera tiempo, me haría con el libro, lo leería y escribiría la crítica real, mi crítica en este mi blog. Y eso es lo que estoy haciendo. Decir me queda sobre esta introducción que lo que debería haber sido un trabajo de tres o cuatro horas, me llevó todo el fin de semana. Me leí todas las críticas en castellano que hay en la web, imprimí varias, subrayé todo lo que me parecía que había que meter en unas 600 palabras. Lo que más me ayudó fue una tesis doctoral. Sí, sí, el minucioso trabajo de una francesa que había realizado su tesis sobre El vano ayer. Todo muy documentado, ejemplos varios y grandes conclusiones. De hecho, aprendí muchísimo sobre la memoria histórica. Mi casa se convirtió en una montaña de papeles donde estas palabras y el nombre de mi amor se disputaban el protagonismo entre ceniceros a rebosar. Además, tenía previsto acudir a una fiesta durante ese fin de semana y el tiempo que no pasé en ella y recuperándome de la misma, lo empleé en la, ya el lunes desde la resaca, maldita crítica. La entregué a tiempo y todo fue bien. En todo este proceso, mi paciente y comprensiva jefa me asistió. Sobre todo en la primera crisis nerviosa y en la fe de erratas que me entró después.

Habiéndome olvidado de aquel sufrimiento, en cuanto me hube liberado parcialmente de las obligaciones que me impedían leer con tranquilidad, me lancé una tarde a la calle, con prisa para hacerme con un ejemplar de El vano ayer. Deprisa, como si el tiempo me faltara. Llevaba un mes, dándole vueltas a mi deuda con mi querido Isaac. Pensaba gastarme lo que había ganado con la crítica en hacerme con él. Con el libro, me refiero. Lo bueno es que no hizo falta, porque encontré una maravillosa edición de bolsillo, eso sí con una portada horrorosa que no pega ni con cola, de BOOKET al módico precio de 7,95 €. Una agradable sorpresa. Me alegró el día, que coincidió con el primer día de verano. Qué contenta estaba, lo enseñaba diciendo: “Mira, me voy a leer este libro, lo he comprado hoy”. No explicaba todo esto, pero estaba tan contenta que estaba a punto de gritar: “¡Tengo un libro!”. El último libro que me había acabado con ganas fue El Perfume. Y si miráis la entrada apasionada que le hice a la novela, comprobaréis que han pasado varios meses. No soy una gran lectora. Tardé todavía unos diez días en empezar a leerlo. Lo miraba, intentando obviar esa portada tan espantosa y le hablaba a la foto de la contraportada. ¿Lo que le decía? Eso queda entre Isaac y yo. Cuando lo abría y me topaba con los dos textos del prefacio, me entraban ganas de llorar de los nervios. Después de hacer la crítica me los sabía de memoria.

Fragmento del poema de Antonio Machado, El mañana efímero:

«El vano ayer engendrará un mañana

vacío y ¡por ventura! pasajero».

 

Fragmento de La memoria insumisa de Nicolás Sartorius y Javier Alfaya:

«Leyendo a determinados escritores, oyendo a ciertos políticos y visionando algunas películas, se diría que militar en el antifranquismo fue hasta divertido».

He invertido mucho tiempo redactando este post, leyendo cuidadosamente el libro, siempre acompañada de una libreta donde realizar anotaciones y subrayando los textos que me parecían importantes. Como si se tratara de un trabajo de instituto. De los que se hacían, no de los que se copiaban. Para intentar evitar volver a caer en lo que tuve que hacer en mayo. Lo más probable es que me equivoque en mucho… Lo digo con antelación, para que me vayáis perdonando.

Siguiendo con esta cadena de rodeos que estoy dando antes de comenzar con la crítica, voy a hablar de los sentimientos que me genera hablar de la guerra civil española y la dictadura franquista. El verano pasado escribí una entrada, jamás publicada, sobre el tema. Lo hice después de aguantar durante todo un día a un pesado al que se le llenaba la boca repitiendo una y otra vez que la guerra civil había sido una guerra entre hermanos y bla, bla, bla. Que nadie le había preguntado nada y que sacó el tema él solito. Algo así como: “Hola, encantada de conocerte”, “-La guerra civil española fue una guerra entre hermanos”. Buuuuuuuuuf (resoplo). Y es que el tío no se cansaba, aportando sin parar toda clase de datos históricos totalmente incorrectos y dando la chapa a cualquiera. Sentí vergüenza ajena cuando le explicó a un polaco lo que era el sufrimiento de la guerra. Un día entero, de verdad, qué día más largo. Lo que me recordó que no era el primero que escuchaba y lo que me aburre escuchar este tipo de conversaciones. Sobre todo de gente que no tiene ni puta idea de historia, de lo que es una guerra y habla de ella igual de que si estuviera hablando de decoración.

En general, junto a la política, la religión y algún controvertido temita más, la guerra y la dictadura son de esos temas tabúes para mí. Bueno, si algún abuelillo o alguien me cuenta su historia de primera mano, la escucho interesada porque se merecen ser escuchados y porque son historias reales y porque algún día morirán y su testimonio desaparecerá con ellos. Me explico, prefiero no hablar de esos temas, ya sabéis típica conversación de bar o familiar, porque no me interesan, así en general, las opiniones que puedan tener los demás. Primero, porque se corre el peligro de que sean distintas a la mía y son temas en los que no se puede llegar a ningún acuerdo, ni se desea. Y las probabilidades de aprender algo nuevo o interesante resultan mínimas. Segundo, porque es muy fácil que de lo acalorado de la discusión y de lo que se dice, la opinión que tenga sobre esa persona cambie, a peor claro. Entonces, ¿para qué? Si tenemos que convivir, tenemos que convivir. Es mejor evitar cogerle manía a un conocido que tampoco ni te va ni te viene… Solo por su forma de pensar tan… Bueno, que muchas veces es mejor no saber. Tercero, porque me aburren. Me aburren. A estas alturas, después de setenta y siete años, ya está todo dicho y los debates que siempre se acaloran, se mueven en la repetición de frases y de tópicos. Me resulta más interesante como os he dicho, hablar con gente que no me va a decir lo típico o verme un documental. Cuarto, me parece deshonesto hablar con esa pasión de períodos históricos que no hemos vivido y tratar el sufrimiento de una generación tan cercana a la nuestra como si habláramos de la subida de la gasolina, otro tema muy visceral también.

Me gustaría insistir sobre este punto, entre otros motivos, porque guarda una estrecha relación con la novela. El Vano Ayer se escribe desde una postura bastante honesta a mi modo de ver. Desde la posición de un escritor que no ha vivido ese período histórico y no escribe como un narrador omnisciente que lo sabe todo, sobre todo. No, lo hace desde una aparente ignorancia, la misma que tiene el lector, la del que intenta ser un investigador, un vínculo entre el pasado y el presente. No por menos, El Vano Ayer es considerada una de las mejores novelas sobre la dictadura escrita por un autor nacido en una época posterior. Bueno, nació en 1974. La estructura de la novela se desarrolla bajo la forma de “novela en marcha”. La novela se va creando con diferentes pruebas, testimonios de diversas personas con opiniones variopintas sobre los mismos hechos, con retazos de prensa, con referencias a libros. Rosa juega a que no sabe nada, a no aportar ninguna conclusión determinante sobre los hechos que narra la historia y de esta forma propicia que seamos nosotros los que vayamos extrayendo nuestras propias conclusiones. Juega, está todo el rato jugando. No hay una línea clara de argumento. No hay una voz unánime. Hay cientos de voces, que parecen decir cosas diferentes, pero que en conclusión mantienen un mensaje claro. Incluso cuando se le da la voz (a través de retazos de prensa o de otros medios más curiosos) a gente afín al régimen.

El mensaje es claro: la dictadura se sirvió de una violencia atroz, y el recuerdo que nos llega ha sido continuamente desvirtuado. En varias ocasiones; dialoga con el lector, a veces sobre los motivos que le hacen decir esto u otro; otras, sobre el porqué de la novela; sobre su desarrollo, sobre los acontecimientos probables; o lo que me resulta muy interesante, por qué elige esta u otra manera para describir un hecho concreto. En ocasiones, aparenta complacer ese ansia de entretenimiento que parece que buscan muchos escritores o realizadores cuando abordan la guerra o la dictadura tras esos argumentos tipificados, de héroes, de villanos, de luchadores… Y lo hace con ironía y con dominio de las técnicas, ridiculizando esa postura tan perjudicial para mantener digna la memoria de los que sufrieron torturas, cárceles y asesinatos.

Esta fórmula, la de novela en marcha, fue utilizada por Javier Cercas en Soldados de Salamina. Reconozco que no me he leído el libro, vi la peli y bueno, admito que la peli no me gustó demasiado y eso que era de David Trueba. No sé si después de esta intensa lectura me atreveré con otro libro de similares características. Seguramente, deje pasar el tiempo. Pero, me gustaría insistir en que me parece muy honesto escribir sobre este período tan cercano y oscuro de la historia española de esta forma, porque es más difícil caer en los sentimentalismos y frivolidades a las que estamos tan acostumbrados.

Más, cosas que quería decir… ¡Ah! Los prefacios que hacen referencia a la vulneración del recuerdo y de los hechos que tantas personas vivieron. A la traición de su recuerdo. Si no profundizamos realmente en los hechos pasados, pasarán a nuestra memoria de una manera superficial y repercutirán en el presente que vivimos de una manera vaga. El pasado merece nuestro respeto por lo que tiene de generador de nuestro presente. Entender esos momentos tan violentos como un juego o simplemente como un maldito argumento es falsear su recuerdo, es crear un falso pasado, superficial y vacío de significado. Lo que nos hace ser marionetas de un presente y un futuro que obvia los hechos pasados. Y por supuesto, despoja de toda dignidad a aquellos que fueron víctimas de la barbarie y la crueldad. Y, al fin y al cabo, es lo único que nos puede llegar de ellos. Su memoria y su dignidad.

En fin, creo que si digo que algunos estamos hartos de las películas, series y libros sobre la guerra civil, muchos se sentirán identificados. Cuando era una quinceañera, me encantaban. La pasión de la adolescencia. La lucha y todas esas cosas que hacen que tus ojos de niñato brillen, en el mismo nivel en que me emocionaba con las camisas de cuadros de Kurt Cobain. Desde entonces no había vuelto a tocar un libro sobre este tema. Hasta principios de este mes. Llamazares o Ramón J Sender me apasionaban. Con los años, empezó a hacérseme pesada la temática. ¿Por qué? Bien, por una parte creo que agoté mis energías adolescentes. Por otra, sin desmerecer a estos autores ni a otros, que en absoluto es mi idea porque creo que son escritores legítimos que vivieron aquellos momentos y que no juegan con frases hechas y por ejemplo, Luna de Lobos, Réquiem por un Campesino Español o Crónica del Alba, son novelas imprescindibles, por citar algunas, opino igual que Isaac (mon amour) que con la literatura y en especial con el cine, se está violando el recuerdo de las víctimas. No con toda, pero la gran mayoría de la oferta que aparece en las pantallas desvirtúa los hechos históricos. Y es esto a lo que llevan los prefacios. La guerra civil es tratada como una lucha entre buenos y malos, se convierte en un contexto, como podía haber sido otro momento, para historias vacías y lacrimógenas. Es verdad que el drama debe existir, claro, pero no a través de personajes vacíos y que encajan en moldes muy rígidos. El héroe buenísimo, revolucionario y torturado, el fascista malísimo, la mujer sufridora y luchadora… Bueno, un sinfín de topicazos que se repiten una y otra vez. Qué decir, me ponen enferma la mayoría de las películas de la guerra y de la dictadura. Enferma.

Si tengo que elegir una que me gusta, por ser diferente; por haber sido realizada por un grande del cine español que vivió con mucho sufrimiento aquellos momentos e incluso fue obligado a luchar en la División Azul para liberar a su padre republicano; por ser divertida y genial; por representar como nadie esa forma de ser tan española (dicho esto sin ánimo de ser patriota, que yo paso, pero reconozco que todos mamamos de esa cultura tan así) desde el esperpento y por mostrar la barbarie y la estupidez de la guerra y esa guerra a través de la risa y del simbolismo (última escena) es La Vaquilla. Si no la habéis visto, tenéis que verla. Os reiréis mucho y veréis que esas chorradas que suelta la gente sobre la guerra tienen otro trasfondo. No se nota nada que me encanta Berlanga, ¿verdad?

Me pongo otro poquito con la memoria histórica, resumiendo lo que extraje de la tesis de la que os he hablado porque me pareció muy interesante. Sin embargo, como lo estoy haciendo desde mi condición de persona no especializada, si alguien desea aportar otra visión o rebatirla, puede hacerlo claro, cómo no. Lo voy a hacer a grandes rasgos, con lo cual es muy posible que me equivoque. Abordar la memoria histórica no es algo tan reciente como creemos. Es más, cualquier régimen y gobierno intenta crear, mantener y difundir la interpretación de la historia que más le interesa para sus propios fines. Lo hacen todos los grupos sociales y formas de gobierno. Y por supuesto, una vez acabada la guerra era absolutamente imprescindible unificar criterios. Así, se impuso una perspectiva de vencedores y vencidos en ambos bandos, esa visión maniquea (esa palabreja para hablar del partidismo entre el bien y el mal), que dividía los bandos entre buenos y malos. Así, los fascistas eran muy buenos y habían salvado a España de las atrocidades de la República, como viceversa. Incluso en nuestros días podemos seguir escuchando estas cantinelas salir de los labios de aquellos que recibieron las máximas de la educación franquista. Imposible discutir con ellos. No hay posibilidad de que se cuestionen estos principios tan firmes. Ya en la transición, se expandió la idea de guerra entre hermanos, con el fin de unificar, de pacificar a la fuerza, un sentimiento muy vivo en esta falsa pacífica transición que nos han vendido a aquellos que éramos muy pequeños por entonces. Evitar una nueva guerra haciendo callar. Es curioso cómo nunca llegamos a estudiar la transición en la escuela, nunca da tiempo. ¿Cómo que nunca da tiempo? Nos venden el rollo de que fue pacífica, incluso nuestros gobernantes y el señor jefe del estado han ido por el mundo dando ejemplo de una transición en la que el dictador se murió en su cama, sin dar su brazo a torcer en cuestiones de estado y acentuando la tortura y el asesinato, incluso cuando parecía que el fin le llegaba. Una transición pacífica, ya muerto el dictador, en la que murió mucha gente por asesinatos, secuestros… En la que se vivieron golpes de estado (que hubo varias intentonas), atentados, represión… Un rey al que no le tocaba gobernar y que se ganó el trono haciéndole la pelota a un viejo que, a pesar de avanzar en decrepitud, no aminoraba su satánico poder. Una amnistía para todos, (¿para todos?) que aniquilaba cualquier rastro de dignidad para aquellos que habían sufrido la tortura y el asesinato por parte de un régimen dictatorial y que había accedido al poder mediante un golpe de estado a un gobierno democrático.

No hubo castigo ni persecución a los represores. Incluso se sentaron en el gobierno y otros continuaron en sus puestos de funcionarios. Había que aplacar los ánimos de aquellos que querían continuar con el régimen. A costa de silenciar, silenciar. Una guerra entre hermanos, todos víctimas nadie culpable. Difíciles momentos, decisiones complicadas, puede llegar a comprenderlo. No obstante, hoy en día, aunque no lo creamos y parezca lejano, seguimos viviendo las consecuencias de estas decisiones.

Otro dato que me parece alarmante, ¿sabíais que a fecha de hoy no se se ha abierto el acceso a los archivos de la Brigada Político-Social? La brigada de soplones…  ¿No os parece increíble? ¿En un estado democrático? Por ejemplo, en Alemania se abrieron los archivos de la policía secreta comunista (Stasi), véase La vida de los otros (2006).

Bien, según la tesis, a principios de la década pasada comenzaron a surgir otras voces, las de las que reclamaban la justicia y la dignidad de las víctimas del franquismo. Y si tuvimos una transición democrática, ¿por qué coño se desataron tantas protestas ante la ley de la Memoria Histórica? ¿Tan difícil era poder dar sepultura a gente que estaba enterrada en fosas en las cunetas? ¿Qué se desataba con todo esto? Si tenemos un mausoleo dedicado a la memoria de los franquistas, si las víctimas de un bando tuvieron su compensación, ¿por qué es tan grave que hijos y nietos quieran enterrar a sus padres? ¿Por qué? También se apunta en la tesis, otra revisión de la memoria histórica. La de la nostalgia, la de aquellos que miran a la dictadura con la melancolía de un tiempo que ya pasó, de los buenos tiempos… Esa tendencia en la televisión a ofrecer imágenes de años pasados con gracia, esas malditas series a lo Cuéntame o Amar en tiempos revueltos… O la frase típica de “Yo corrí delante de los grises” hablando de ello como si fuera algo divertido (segundo prefacio), como un recuerdo hermoso de juventud, siembra en mí la duda de si será cierto. La he escuchado alguna vez y siempre que se la oía a alguien, me hacía pensar que el que lo decía tampoco lo decía con el miedo que debería sentir. Vamos a ver que cuando yo, desde mi limitada y
escasa participación en eventos como manifestaciones; yo, que no he sufrido un solo palo de la policía, aunque ya sabemos que últimamente se están poniendo las botas más que nunca je, nunca mejor dicho y que su trabajo es uno de esos trabajos imprescindibles que nunca han dejado de existir en cualquier sociedad civilizada, la civilización es así como todos sabemos; yo, cuando veo a los antidisturbios con su uniforme, con sus cascos, con sus porras custodiando manifestaciones, yo, me echo a temblar. Tengo miedo. Por lo que no me acabo de creer que si alguien cuenta que corrió delante de los grises, que me imagino que miedo daban bastante, si fue así, lo haga con esa ligereza. Que si alguien fue llevado a Sol o a Vía Layetana o a cualquiera de los sótanos y otros tugurios, perdón, dependencias policiales, pueda hablar de aquello como una anécdota de juventud, con esa sonrisa que da la nostalgia, las ansias de cambio, de democracia. No sé, me parecen cuentos chinos. Ahora resulta que todo aquello fue divertido.

En cuanto a las técnicas y a la estructura del libro. Qué decir, que estoy enamorada… Ya he mencionado algunas… Bueno, hay un capítulo que me apasiona… En él, mientras describe el azaroso último día del protagonista en Madrid fusiona realidad y ficción, el personaje está borracho. Y no es una ficción cualquiera. No, el protagonista se siente el personaje protagonista (además, su nombre es clave para la historia) de una de las noveluchas que escribía para ganarse unas perras. Y, francamente, me parece uno de los mejores capítulos. Jo, es que estoy tentada a destripar la historia, capacidad que tengo superdesarrollada, la de destripar argumentos… Ironía, fingidas críticas al autor, dudas del mismo, juegos narrativos en cada capítulo…

Y hablando de argumentos, a estas alturas no he dicho nada del argumento de la novela, ¿verdad? La novela se basa en hechos reales: la expulsión de la universidad y del país de varios profesores como Tierno Galván, López Aranguren y García Calvo tras las protestas estudiantiles de 1965. A partir de ahí, la novela se configura como una especie de investigación ficticia sobre un personaje ficticio, Julio Denis, mediante el mencionado juego en el q se intercalan testimonios de policías, interrogados (torturados), críticas al autor, voz del autor, conocidos de los personajes, recortes de prensa españoles y franceses y diálogos de Isaac para con sus lectores. Con el objetivo, quizás, de mostrar luz sobre la verdadera falsa realidad, o quién sabe qué se pretende realmente. En realidad, sí q tengo mi opinión sobre ello, pero no la diré. Si leéis el libro, extraed vuestras propias conclusiones.

Julio Denis, un profesor que deja llevar su vida sin implicarse. Es decir, sin tomar parte en toda la parafernalia franquista universitaria, ni en la acción revolucionaria. Un personaje que aparentemente permanece neutral ante lo que le rodea, que se ve envuelto en los sucesos que tuvieron lugar en la universidad y que provoca su expulsión del país. Una entrevista con otro de los protagonistas, André Sánchez, al que conocemos por boca de otros, del que a veces hablan bien, otras mal y en ocasiones, simplemente permanece en su memoria. Unos cuantos acontecimientos relacionados con el tema son la base para que unos afirmen que Julio Denis era un chivato franquista, colaborador del régimen, una víctima de un error policial o un revolucionario. En mi anterior crítica, así lo decía, puesto que así lo había leído de otras. Sin embargo, durante los veinte días que he convivido con él, no sé si porque lo he hecho contaminada ya, sin inocencia o quizás, porque en realidad eso es lo que quiere Isaac o es lo que quería yo, no lo sé, de veras que no lo sé, durante todo este tiempo siempre he tenido muy claro qué era Julio Denis. Ni siquiera cambié de opinión cuando Rosa nos ofrece dos versiones de su vida hasta 1965 y nos anima a elegir una. Quizás me decanté sin pensarlo por una en concreto, porque quise o porque Rosa lo quería. No lo sé. Solo sé que ayer cuando terminé el libro, sentí desasosiego. Qué frase, por dios, ¿verdad? Sentir desasosiego, ¿qué es eso? Porque nada me sorprendía y sí que me sorprendía; porque me entraba la pena; porque los capítulos finales me impactaban y no lo hacían… Jo, y no puedo decir más porque me cargo el libro. Y si después de todo este rollo os lanzáis a leerlo…  La novela es un puzzle, con fichas ordenadas pero no se sabe muy bien en qué categoría, si fondo o figura. Me encanta esta forma de escribir. Mon amour. Decir mucho, repetir lo mismo de mil maneras diferentes, pero sin orden. Cambiar de registro. Sí, cambiar todo el rato de registro, para que al final no tengas muy claro cuál es el orden de los acontecimientos si alguien te lo pide, pero que te hayas quedado con la esencia. O qué sé yo. Sí, definitivamente me gusta mucho.

La neutralidad, ¿es una postura también?

«(…) cientos de miles, millones de personas que durante cuarenta años (…) vivieron condicionados por un recuerdo atroz, por unos sucesos que para una minoría actuaban como un reactivo para combatir, pero para la gran mayoría eran razón suficiente para la inacción, andar de puntillas, agachar la cabeza, mirar para otro lado, cada día del resto de sus vidas mantenían fijo un ancla en aquel día vivido en el horror».

¿Puede ser la neutralidad interpretada como una postura? Evidentemente en ese juego se ve metido hasta el fondo el protagonista. Una casualidad te mete en un lío y acabas siendo un chivato o un revolucionario. Casualidad y causalidad se repiten en diferentes voces y momentos.

Intentar vivir es una opción.

La tortura

«Porque hablar de tortura con generalidades es como no decir nada; cuando se dice que en el franquismo se torturaba hay que describir cómo se torturaba, formas, métodos, intensidad; porque lo contrario es desatender al sufrimiento real».

La descripción detallada y exhaustiva de los procedimientos que se llevaban a cabo en la Dirección Nacional de Seguridad, sencillamente pone los pelos de punta. Tuve que cerrar el libro unas cuantas veces y dejarme esperar antes de reabrirlo. Testimonios en primera persona… Cuando los leía pensaba que seguramente en algún momento de mi vida me he cruzado con alguien que pudo ser torturado, ¿cómo es la vida después de sufrir eso? ¿cómo puede ser? Y si me he cruzado con un torturador… ¿cómo es la suya? ¿qué puede justificar hacerle esto a alguien:

«(…) me metieron el tubo en la boca. Abren el grifo y empiezan a llenarme el cuerpo hasta que tengo el vientre muy hinchado, es sorprendente cómo se puede dilatar una barriga, hasta el punto de reventar. Entonces, entre dos tipos, comienzan a pegarte golpes en la tripa, con los puños o tableros de madera, hasta que vomitas todo el agua y vuelta a empezar, (…)».

Rosa recrea una especie de versión, en plan «tragicomedia», como lo llama él, en el «Quirófano». En varias ocasiones, menciona el caso de Grimau y su «suicidio» y bueno, dedica muchas páginas a estos asuntos… Con el fin claro expuesto al principio de este párrafo.

Voy a añadir algunos fragmentos más que me han llamado la atención, aunque podría parafrasear el libro entero… O haber elegido otros con más acierto también.

«(…) mediante un trastoque de términos: el brutal ayer ha engendrado un mañana (por hoy) brutal.»

«(…) Pero a ellos nadie los reivindica, porque los héroes son los activistas políticos, los obreros, los estudiantes, nadie hablará del pobre chorizo al que detenían y trataban de colar un delito ajeno y lo machacaban igualmente; nadie reclamará a los ladrones que sufrieron como el que más el sistema policial, judicial y penitenciario franquista, seguramente lo sufrieron más, (…)

Para finalizar, resumiendo esa crítica abierta a todos aquellos escritores y realizadores que basan su obra en transmitir la «imagen deformada» del franquismo a través de los aspectos más irrisorios, grotescos y surrealistas que crean una «memoria más sentimental que ideológica» y aquellos que utilizan la dictadura para sus argumentos, el último de los fragmentos que adjunto. Ahora, sí, habla Isaac:

“(…) Tampoco podemos admitir un relato ambidiestro, un discurso que evoque falsos argumentos conciliadores, las dos españas que hielan el corazón del españolito, el horror fue mutuo, en las guerras siempre hay excesos, grupos de incontrolados, odios ancestrales, cuentas pendientes que se saldan en la confusión, no hubo vencedores, todos perdimos, nunca más, Caín era español: ya está bien de palabrería que parece inocente y está cargada de intención, ya está bien de repetir la versión de los vencedores. El horror no es equiparable por su muy distinta magnitud y por su carácter —espontáneo y reprobado por las autoridades, en el bando republicano; planificado y celebrado por los generales, en el bando nacional—, yo no estoy hablando de los paseos, de las checas, de Paracuellos, de la cárcel modelo, de los santos padres de la iglesia achicharrados en sus parroquias; yo estoy hablando de Sevilla, de Málaga, de la plaza de toros de Badajoz, del campo de los almendros de Alicante, de los pozos mineros rellenos con cuerdas de presos, de Castuela, del barranco de Víznar, de las tapias de cementerio en las que son todavía visibles las muescas, de las fosas que permanecen hoy sin desenterrar a la salida tantos pueblos y cuyos vecinos todavía saben situar con precisión, incorporadas al racimo de leyendas locales que circulan en voz baja, de los asesinos en serie que conservan una calle, una plaza, un monumento, una herencia y un prestigio intocables hasta hoy y así seguirán porque no merece la pena remover todo aquello, ha pasado tanto tiempo, las generaciones transcurren, solo a los rencorosos insisten en recuperar hechos que a nadie interesan, y si interesan es solo mediante otros, digamos, tratamientos literarios, convirtiendo el período en territorio de la novela de época, la novela histórica, referirse a la guerra civil o a la larga posguerra con el mismo apasionamiento con que se escribe del Egipto faraónico, olvidemos tanto pedrusco ideológico y seamos hábiles para encontrar las verdaderas lentejas, cuanto de novelable hay en esos años, fuente inagotable de argumentos más al gusto de nuestros contemporáneos, mero escenario para ambientar pasiones, luchas y muertes que en realidad son intemporables, utilizamos la guerra civil o el franquismo como podríamos utilizar los monasterios medievales o las intrigas de la Roma imperial, la gente no necesita que le recordemos qué horrible era aquello, todo eso ya lo saben, ya se lo enseñaron en el colegio, lo han visto en las películas, en las series de televisión que tan bien retratan el período, para qué vamos a
insistir en repeticiones, redundancias que entorpecen la novela, qué fijación tienen algunos, parece que añorasen tiempos peores”.

Ahora que releo la entrada, no veo una crítica. No puedo ni definir qué es esto que he escrito. Espero no haber agotado vuestras ganas de leer. Lo siento, tenía que acabar con esta deuda. Mostrar mi admiración hacia la genialidad de Isaac Rosa, mon amour.

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