¿Todavía no tienes plan para el puente de los Santos?

 

Otra vez está aquí y aún no tienes plan. Peor, no tienes dinero. Qué decir, a mí me parece un puente tan espiritual y misterioso que bien merece celebrarlo como la ocasión lo merece. Normalmente, un puente es una escapada. Una salida breve, momentánea e intensa para evadir problemas, descansar, darse un respiro, disfrutar de la naturaleza… O lo que queráis. Cambiar de ambiente. No obstante, yo lo que necesito, lo que echo en falta es descansar de mí misma. No de los ambientes, ni de las preocupaciones. Necesito un alivio de mí como persona que ocupa todo el tiempo la misma personalidad y que anhela urgentemente un alivio momentáneo para volver a ser la misma persona con energías renovadas.

Así, pues, desearía ser otra persona, tan solo unos días. Me explico, no se trata de que no esté contenta conmigo misma, ni que desee atentar contra mi integridad, ni nada de eso. Me gusto, me he acostumbrado ya y no quiero ser otra persona. Solo necesito descansar de mí misma un rato, un puente nada más, porque a veces me agota ser yo. La meditación viene muy bien para eso, pero mi médica de cabecera me ha recomendado no practicarla porque en la meditación no está dios; y donde no está dios, está el demonio (palabrita que me ha dicho eso, lo juro). Además, no se puede pasar uno un puente entero meditando. Bueno, sí se puede que hay gente que se va a retiros y eso, pero me parece un poco rollo. Vamos que tirarme todo un puente meditando, no.

Esta nueva visión del ocio puentista, la llevo valorando bastante  tiempo. No penséis que esto se me ha ocurrido de la noche a la mañana. Cada vez que me agobio con mis cosas, conmigo misma, sueño con ser otra persona, un rato eso sí. Es un poco la teoría de la transmutación de las almas con un marcado objetivo turístico, de esparcimiento y de relajación. Comenzaré por los básicos. El alma. Particularmente, no siento que tenga un alma, lo que se entiende comúnmente por alma. Esa compañera que va contigo de la mano en la senda de lo espiritual. Más bien entiendo que son sentimientos, pensamientos, pulsiones cerebrales, hormonas… Llamémoslo X. Sin embargo, he notado su presencia, más bien su ausencia de esta forma: cuando voy a un médico y tengo que desnudarte, tumbarme en una camilla y de repente, varias personas están alrededor de la misma, haciéndome cosas con aparatos y hablando entre ellas obviando que estoy ahí sin saber lo que pasa (también me ocurre en el dentista, con muchísima menos intensidad); en esos momentos pienso que me han robado el alma. Voy a intentar clarificarlo un poco más.

Advierto que lo que viene a continuación es un poco más de género. Cuando las mujeres vamos al ginecólogo -varones, si no habéis ido ya, no os preocupéis, tarde o temprano os tocará el urólogo, ya os tocará ya-. No es el pudor, ni la vergüenza que con el paso de los años han desaparecido, ni tan siquiera el mayor o menor tacto del personal sanitario. Ni lo que te hacen o te dejan de hacer. ¡Para nada! Es el frío que transmiten los estribos, la mesa de ferretería situada al lado de la camilla, es el techo… No sé si os pasará a vosotras, yo siento que me roban el alma. Que me convierto en un cacho de carne. Es como una abducción, solo que en vez de caras raras más o menos humanoides, hay personal sanitario. Y que tienes que esperar dos horas a que te lo hagan también. Me siento carne desprovista de humanidad. Carne. Entonces, si la ausencia de algo se puede utilizar como principio ontológico, puedo decir que me han robado el alma. Conclusión, yo tenía un alma. Es como el viejo dicho de la sabiduría popular: «no te das cuenta de lo que tienes, hasta que lo pierdes». Y como experimento esta máxima al pie de la letra rutinariamente varias veces al día con… Todo (material o substancial), confirmo la pérdida como prueba de haber poseído algo.

Y todo esto, ¿venía a cuento de…? ¡Ah, sí! El puente de los Santos. ¿Por qué en vez de irte a pasar un fin de semana en un lujoso-rústico alojamiento de turismo rural, abandonarte al senderismo o a hacer macramé en grupo, a conocer otra ciudad, a dedicar el tiempo libre a tu familia o a huir de ella, por qué no ser otra persona este puente? Jo, estaría muy bien. Otra forma de ser, de pensar y de sentir. Otras penurias y avatares. Otra gente, otro país, otros mundos… Siendo consciente del pensamiento y de las vivencias de otro. En otra personalidad. Sin decidir, solo viviendo la vida de otros. Tu alma en la vida y circunstancias de otra persona. Turismo y evasión. Puente perfecto.

Ahora es cuando decís, claro esta quiere ser Angelina Jolie, un famoso, alguien a quien admire… Estáis equivocados. Nada más lejos de la realidad. Me niego a ser alguien admirable porque seguro que en contacto con su alma, dejaría de hacerlo, a admirar me refiero. Conocer los entresijos del alma ajena es un camino incierto. Y no descansaría. Además, no me apetece nada. Mucho menos ser famosa. Todavía peor con gente conocida. No estaría mal para entender a tus próximos y tal. Ya sea que te caigan bien o mal, pero amigos, estamos hablando de evasión. A mí me gustaría evadirme totalmente. Algo absolutamente diferente a mi realidad. Para empezar, me pido transmutarme en hombre. No solo por curiosidad fisiológica, que tengo y mucha, sino también por dejarme barba (bigote también), que me apetece un montón, de verdad; por hablar con los motores de los coches (siempre he querido saber qué es lo que dicen). Lo de entender el fuera de juego no me interesa nada. Es más, sí que lo entiendo. Cae un mito, las mujeres lo entendemos. Lo que pasa es que no alcanzamos a comprender por qué está mal que el delantero esté más adelantado que el defensa. ¿No es su trabajo? Me parece una tontería de regla. Si está atacando, qué va a hacer si no ¿? Creo que son ganas de complicar un juego de por sí bastante simple.

Claro, otro tema es el idioma. Imagina que te transmutas a la vida de un chino, sin saber chino. O mismamente, estás en el cuerpo de un alemán sin tener ni idea de su bella lengua. Un horror, menuda angustia. La transmutación tiene que ir con una aplicación de traductor universal. Pero mejor que en el Google. Una buena de verdad. Simultánea a poder ser, hace más fácil la vida como parásito espiritual de otra persona. Ciertamente, lo hace todo. Poder soñar, pensar, sentir…

Edad. ¿A quién no le gustaría ser niño? Pero vamos a dejar a los menores que vivan en paz su legítima infancia. Adolescentes, totalmente descartados. Me niego rotundamente a pasar por eso. Otra vez. Me imagino que estaremos todos de acuerdo en esto. Respecto al peliagudo asunto de los años, siempre he sentido curiosidad por lo que puede pasar por la mente de un anciano. Todo lo que cargan a sus espaldas ya arrugadas, las perspectivas de futuro que se ven acortadas… ¿Cómo se plantea la vida alguien cuando ve inminente el final de ella? Os invito a pasar por una residencia de ancianos. No veréis deseo de vivir, tampoco de morir. Rectifico, muchos sí lo desean. Morir. Sin embargo, intuyo que el deseo de vivir es completamente distinto al de una persona más joven. No sé. Todo hecho, todo acabado. ¿Existirá de verás el remordimiento? ¿La espinita de haber o no haber hecho? ¿Cómo se ve la vida desde la distancia de los años? ¿Cómo se sufre el desgaste del cuerpo y de la mente? ¿La pérdida de los seres queridos, pareja, amigos, familiares? ¿La pérdida propia de tu cuerpo y de tu alma (el tiempo te la roba de nuevo, la medicina y si tienes la suerte de vivir en una residencia, también te arrebatan irremediablemente y sin intencionalidad tu alma y tu intimidad más sagrada)? ¿La consciencia de que ya no tienes las mismas capacidades? ¿El desmoronamiento de la mente a veces a pasos agigantados? ¿El desmoronamiento físico y psíquico de los seres queridos, más concretamente de la pareja? ¿La soledad, la terrible soledad? ¿Cómo puede ser eso? ¿Me serviría a mí este puente en un anciano para vivir mi vida de otra forma?

Voy a dejar un espacio para sobrellevar lo triste que me he puesto. Y que me siento. Una pausa para recuperarnos todos.

Teniendo en cuenta estas premisas básicas a mí me encantaría ser un jinete mongol. Todo el día montado en mi caballo, galopando por la árida y bella estepa de Mongolia. Recio y austero, ¿cuáles serían mis preocupaciones? Seguro que muchas, ni imaginármelas puedo. Mi caballo, mi piel. Cazando con mi águila. ¡Buf! Me volvería loca cabalgar seguida desde la inmensidad del cielo por un águila gigantesca y que viniera a posarse sobre mi brazo al llamarla con esa voz tan élfica. O esta otra transmutación también me parece apasionante… Hace poco vi un documental de un señor, no sé en qué selva, que se subía a un árbol de unos 40 metros para coger miel de una colmena y dársela a su mujer que se quejaba de que hacía mucho que no la probaba. Y lo hacía todo a pelo. Sin nada en los pies para subir el árbol, ni cuerdas siquiera. Sin protección para catar la colmena, su cuerpo vs miles de abejas enfurecidas. Cogía los panales con la mano y llenos de abejas se los lanzaba a su familia para que golosos ellos se deleitaran. Él mismo la comía allí al lado del enjambre a 40 metros del suelo. Seguramente, esta hazaña no forma parte de sus problemas, ni es tan siquiera algo anecdótico. ¿Cómo será su vida normal? Me dije, yo quiero ser él. Un puente nada más. O indígena amazónico con una cerbatana lanzando dardos envenenados contra los monos aulladores (el mismo documental). Diréis qué chunga, ¿qué te han hecho los monos? A mí nada. Jamás mataría un mono. No quiero matarlos, pero si soy una indígena, perdón, un indígena, tendría que hacerlo para comer (también lo vi en el mismo documental). Bueno, si estoy de puente bien puedo comer otras cosas. Comían arañas. De las grandes y gordas. Bien gordas. Crudas. ¿A qué sabrán?

Y, ¿si en esta transmutación turística tienes mala suerte? Un viaje low cost y te toca ser el presidente de gobierno. Buf, qué aburrimiento. Ni la barba lo compensa. Yo lo primero que haría sería autolesionarme. Nada irreversible que luego el karma te lo hace pagar y a ver si te vas a quedar de por vida en ese cuerpo. Un ojo morado, qué digo los dos, en plan «El Club de la Lucha». Un par de dientes menos también. Y después, autolesionarme un poco más. Y comer laxantes sin freno. Y después, autoavergonzarme públicamente. O mejor, autolesionarme autoavergonzándome en público. Esto es aplicable si te toca en cualquier político, no hay distinción. También podría utilizar el puente de manera solidaria y repartir todo su/mi patrimonio (lícitamente?) ganado entre los desempleados. Aplicable a Soraya Sáenz de Santamaría, por ejemplo. Cambiar leyes, pero siendo puente eso es imposible. Ni entre semana lo consigues. Además, un voto no sirve para nada, vamos a ser realistas. Yo optaría por el ridículo autoinfligido en el Congreso.

En general con políticos y otras malas personas, entraría en su cuerpo saludando: “¡Hola! Soy tu esquizofrenia!”. Mira por donde, sería muy divertido. Por supuesto, intentaría algo para desbaratar sus malvados planes, rompiendo con la política de no intervención que me había marcado al comenzar esta entrada.

Si tuviera que escoger un personaje político donde pasar el puente, aunque fuera a costa de contradecir mis premisas iniciales, sería Esperanza Aguirre. Sé que da un poco de cosa pensarlo. Haceros a la idea de que escribirlo también da mucho repelús. No obstante, es la Lucrecia Borgia del PP, qué digo de la política española. Mundial casi. Apasionante, sin duda. Conspiraciones maquiavélicas, planes, jugarretas, declaraciones… ¿Qué pasará por su mente? Sería un puente de riesgo, inolvidable por otro lado. Me autolesionaría sí, para ver a quien echa la culpa…

Creo que me he ido un poco del tema. El puente de los Santos. Definitivamente, me voy a pedir ser un buen mozo en el Caribe. Seguro que es interesante. Mongolia, en verano.

 

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies
A %d blogueros les gusta esto: