¿Quién vota por la extinción rápida?

(Con fiestón de despedida)

De verdad que juro y perjuro que me había propuesto no escribir nada que pareciera una opinión sobre esta historia de la pandemia. Quería ser más elegante, a lo Maruja Torres. Prometo que voy a seguir intentándolo, ¿vale? He aguantado ya dos meses, ¿vale? Y, si no lo hago ya, reviento.

Llevo pensando unos días que la única salida viable a esta pesadilla es organizar un festival. Pegarnos un fiestón y morirnos de una vez, pero, por lo menos, pegarnos un fiestón. Buena música, entretenimiento variado y un poco de golfeo. Porque, digo yo, si esto va a ser así una larga temporada indefinida, y total nos vamos a ir a tomar por culo, no merece la pena seguir agonizando. Prefiero pasármelo bien y que muramos todos de una vez a tener que estar aguantando otros dos años más con este sufrimiento.

Aviso importante: este vídeo es un fake muy antiguo. Representación de la extinción.

Reconozco que me encanta el olor a alcohol de más de 70° por las mañanas, pero salir a tomar el aire fresco hiperventilando debajo de la mascarilla no compensa. Se me está poniendo la piel grasa, y ¡yo la tenía mixta! Vivir la cuchillada constante del distanciamiento y la rutina de ama de casa de Kansas preparada para un ataque nuclear soviético es como de guion descartado de Black Mirror. Sin embargo, lo que peor llevo últimamente, sin duda, es comprobar a diario por múltiples vías lo idiotas que somos los humanos y la vergüenza ajena que damos. Por eso, y como creo firmemente que vamos camino de la perdición sin remedio, ya que la única posibilidad de sobrevivir sería pertenecer a otra especie, pues me parece que la alternativa más coherente, rápida y, probablemente, responsable es acabar con todo de una vez pegándonos un fiestón, el fiestón definitivo. En la playa estaría bien. Cuanto antes, mejor. No aguanto tanta chorrada ya, voto por la extinción inmediata. Esta agonía se me hace insufrible por el infierno que son los otros.

Salgo a la calle a intentar pillar algún rayo de sol robado que caiga sobre mi frente, y me da pavor, lo digo en serio. No solo tiemblo por el pánico que me produce un virus que puede matarme o quizás no hacerme nada; se me ponen los pelos de punta al reconocer la vieja normalidad en los rostros descubiertos de la gente. Tanto género distópico, tanto Pinterest y tanta hostia para quedarnos anclados en el pasado. Los corros de familias o amigos charlando, los chavales echándose un porro con sus litronas, los paseos con ambientazo de fiesta de pueblo…, sinceramente, me parecen cuadros costumbristas. Miro a mi alrededor y me encuentro con gente anticuada que no ha querido adaptarse a los nuevos tiempos que corren. ¡Hatajo de decimonónicos! ¡Qué miedo me dais, retrógados cabrones! ¡Apartaos y dejad paso a la modernidad!

La gallina ciega. Francisco de Goya. Fuente: Wikipedia.

Lo que más me cabrea es lo que este espectáculo pandémico genera en mí. Me pasé un par de semanas amando la humanidad, creo que fue por la depresión postraumática que tuve al asimilar qué clase de situación estamos viviendo y contemplar las imágenes dramáticas que nunca había imaginado que iba a ver en mi mundo. ¡Tranquilidad! No preocuparse, primos, eso se acabó, y vuelvo a odiar a la humanidad más que antes si cabe. Lo mejor para todos es que este circo humano se acabe ya. Tengo tantas razones para la extinción que podría seguir hablando hasta el fin de los tiempos, y, bien pensado, no queda mucho para eso, así que no me voy a explayar con el tema.

Volviendo a las peligrosas calles, nunca he pertenecido al cuerpo de la policía de balcones, no, aunque ahora me siento como una terrorista infiltrada en la policía secreta de la calle. Cada vez que me cruzo con alguien sin mascarilla (razón 25 para la extinción), desearía que ese ser volara en mil pedazos, y así ir aplanando la curva epidemiológica. A veces, hasta me sale la fuerza ―esa llamarada que nace del estómago, esa que todos conocemos― como para ponerme a increpar; de momento, estoy consiguiendo apagarla sin ser descubierta y sin ser linchada.

El tema es que, hasta ahora, jamás había sido consciente de cuán en manos de otros está mi vida y la de la gente a la que quiero. Siempre ha sido así, nuestras vidas dependen de otros, no lo he inventado yo. Pero ahora todas esas vidas que son mi vida se encuentran en manos de toda la población, de todos y cada uno de mis congéneres; y me da pánico que mi vida dependa de semejante panda de imbéciles, que no tienen otro nombre. A ver, queridos conciudadanos, ya no se mueren novecientas personas al día, pero se sigue muriendo gente; gente con una vida, una familia y esas cosas que suelen tener las personas… Y en números bien majos todavía. Igual a ti no te importa. Tú (es un tú genérico) no estás enfermo (o sí), nadie de tu familia ha enfermado (aún) ni nadie que conozcas se ha muerto (aún); ha salido el sol, ¡de puta madre!, ¡a disfrutar que estos cabrones del Gobierno nos quieren tener en casa confinados, los hijos de puta!; te vas a poner tú la mascarilla en la calle, ¿dónde están los virus en la calle?; te vas a cruzar con unos colegas, ¿y no vas a pararte a charlar? ¿Cómo no te vas a quitar la mascarilla para hablar con ellos? ¿Cómo no te vas a sentar un rato en el banco a conversar (leáse mirar el móvil y vocear) con otros padres mientras los niños juegan? ¿Quién te va a quitar eso a ti si ya ha pasado todo? Hay gente en el hospital, bueno, tú llevas dos meses en casa; los de las residencias, pues, hombre, que estén encerrados y que se puedan morir, oye…, ¿hay que tener el país parado por eso? Y menuda crisis nos viene, y lo han hecho fatal desde el principio, y test masivos ya, y la sanidad está fatal, y nos quieren encerrados…

Que sí, vale, que llevan décadas recortando, destrozando, mejor dicho, la sanidad pública; que habrán hecho cosas mal [y oye, ¡tú!, de yo misma a tú genérico te lo digo, con Fernando Simón no te metas], yo qué sé. En ocasiones, me pongo en el lugar de cualquiera de los que toman decisiones en una cosa de estas dimensiones y me siento como si tuviera 8 años y no tuviera ni puta idea de nada… Necesitaría unos años más para valorar qué se ha hecho mal y por qué. Pero tú, hijoputa, con tu actitud incívica de mierda aportas tu granito de mierda en este hundimiento. Luego sales a aplaudir, bueno, no, que ahora a las 20 h ya puedes salir de paseo con la cara bien descubierta. ¿Cómo puede ser que llamemos héroes al personal sanitario (y al resto de trabajadores de cualquier sector que hacen posible que vivamos) y luego salgamos a la calle como si no nos importara que vayamos a sacrificarlos si hay más rebrotes (razón 3 para la extinción). Y reconozco que algún día yo misma voy a quebrar (razón 1 para la extinción) y conscientemente me pondré en riesgo y a los demás para darme un capricho existencial, pero, ¡joder, tan pronto! ¿Ni dos meses aguantamos? (Razón 2 para la extinción). Una guerra de los Cien Años os daba yo. 

Influencer monísima con maquillaje de lentejuelas y mascarilla monísima e inútil.

Razón 78 056 para la extinción.

El confinamiento nos oprime; sin embargo, todo indica que es necesario que nos opriman, si es que nos lo merecemos. Todas las civilizaciones se han basado en la opresión, ¡cómo no!, si no hay dios que aguante al pueblo. Dan ganas de oprimirlo todo el rato… ¡Qué paz la esclavitud de verdad! Con lo tranquilo que es el silencio social, por favor, ¡a dónde va a parar!

Y no quisiera terminar esta profunda reflexión sin alertar de lo peligrosos que me parecen los tierraplanistas de esta pandemia. Los veo como focos incendiarios de virus. Ignoro cuál es la experiencia vital de esta gente. Digo esto porque me resulta extraño que broten personas que parece que todavía no se han dado cuenta de que los acontecimientos no son la consecuencia de una sola causa, sino que son el resultado de múltiples factores de los que a veces no llegamos siquiera a saber. Igual les resulta más fácil pensar que el virus se creó en el laboratorio ese maléfico lugar repleto de malvados científicos chinos. O que es mentira: esta situación es el enrevesado plan que tienen ellos (unos señores poderosos) que nos quieren tener controlados. Como si no nos tuvieran ya controlados mientras gastamos el tiempo que nos queda libre después de producir consumiendo y regalando cookies con todita la información sobre nuestros movimientos, compras, pensamientos, emociones y revolcones a empresas con intenciones diez mil veces más malévolas que las de cualquier villano tipo Joker (por cierto, no he visto la peli por la razón 5982 para la extinción: la gente hablando de Joker). Sí, las farmacéuticas se forrarán (ya se forran, ¿vale? Es un lobby honrado como otro cualquiera), así como todos los que se pueda imaginar que podrían tener razones para sacar provecho de esto. Se recortarán derechos que nunca llegamos a valorar, sí, claro. Seguro que entre todos podríamos hacer una lista enorme de personas y entidades que se benefician con esto; no obstante, el mercado ama al mercado, y (esos señores poderosos) nos quieren libres y consumiendo. Es una consigna liberal básica. 

Intentando entrar en la mente de estos descubridores de la verdad, se me ocurre que puede que sea más sencillo y entretenido ser conspiranoico que asumir que nos dirigimos al cataclismo y que va a ser un camino lento y doloroso; que vivir esta pandemia (o fakedemia, me parto) es solo el principio de lo que nos espera y el resultado de la destrucción que producen el consumismo y el estilo de vida a los que añoramos volver. No les debe sonar lo del cambio climático, la desertificación, la contaminación, la explotación, la globalización y la pérdida de la biodiversidad. (Razón 41 para la extinción: la falda que me compré en Zara el 10 de marzo). Al parecer, los virus dejaron de estar en la naturaleza cuando Bill Gates fundó Windows en un garaje. A partir de ese momento, todas las enfermedades se crearon en laboratorios, y a los informes secretos que lo prueban se puede acceder desde Facebook o YouTube, igual también desde TikTok, no controlo todavía esta otra innegable fuente de información. ¡Ah! Me gustaría aprovechar esta oportunidad para meter en el mismo saco a los sanadores y sus remedios alternativos (perseguidos y censurados los pobres libertarios), mortíferos como los negacionistas y los conspiranoicos. Hechiceros y pregonadores, igual que en tiempos de la peste negra, también azuzan a los científicos. Poco ha cambiado el Homo sapiens desde la Edad Media.  

En fin, ¿quién quiere extinción rápida? ¿Montamos una fiesta ya? Elijo yo a los grupos y a los DJ (o, bueno, ya me pongo en contacto con gente de confianza). Es que se oyen unas cosas en los balcones (razón 10 para la extinción). Nada, lo dicho, un fiestón de buen rollo, bailoteo, algo de picar porque no solo de baile vive el ser humano… Vamos, liarla parda, con sus roces y sus besos, sin mascarillas ni distanciamiento social. Libres. ¿Cuándo os viene bien?

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