Este es el tradicional mensaje navideño que, como el año pasado, escribo para demostrar al mundo que las navidades me amargan. La Navidad es esa época de estrés en la que la gente se deprime, según Google, por la hipocresía que supone derrochar o por el síndrome de la “silla vacía” o por la toxicidad esa tan famosa de familiares y amigos y, por qué no, la tuya… Podréis viajar, podréis comprar lo que sea como si no hubiera mañana, podréis convertir el agua en vino o el chopped en jamón, pero no podréis huir de la Navidad así como así.
En esto hay que reconocerle el mérito al cristianismo, allá donde estés, serás un amargado si no disfrutas de este día tan universal. Eso no pasa con el Ramadán, por ejemplo. El ayuno es agrio de por sí. Mañana me enfrentaré a la Nochebuena más triste de mi vida, sabiendo que el año que viene pensaré que no estuvo tan mal cuando la compare con la del 2016 y siguientes. No es que el Fantasma de las Navidades Pasadas me pudiera preparar un viaje entrañable a los felices tiempos navideños de mi infancia. Lo pasaría mal el pobre para preparar una buena cassete que rebobinar a momentos felices y villancicos. Igual un youtubazo. Bueno, que se joda, que no se hubiera buscado un curro tan asqueroso. No se trata tampoco de que tenga un trauma con la Navidad por el pasado. Simplemente, me gustaría borrar estas dos semanas de los calendarios pasados y futuros. Esa sensación del deber de alegría me da ganas de vomitar.
Poco me importa la filmografía navideña y el sentimiento de felicidad fingida que se palpa en el ambiente. Me da igual la hipocresía, no me interesa lo que hagan los demás y ni siquiera puedo darme el placer de discutir con ese familiar odioso que te proporciona el saborcillo del broncón familiar. ¡Ojalá pudiera despacharme a gusto! Hay una silla vacía en mi casa que sigue ocupada, cada día más vacía, y el Fantasma de las Navidades Pasadas me lo recuerda a diario. El hijoputa se sienta todos los días en ella, aspirando sin dejar ni rastro miles de recuerdos por segundo. Solo me gustaría no tener que sentarme en la mesa con esa sensación de que es un día diferente y que, en realidad, es el mismo -porque efectivamente es el mismo-, solo que con más comida que no quiero comer porque tengo el estómago indigesto de tanto vivir el día a día de sillas vacías. Solo sé que esta será la última Navidad de la próxima persona que me diga que tengo que asumir que la silla se vacía por momentos.
Mientras tanto, me despediré con una sonrisa falsa diciendo “¡Feliz noche!” como si lo sintiera, teniendo la certeza de que suele ser una feliz noche solo para unos pocos, aunque solo sea por el ardor de estómago y la resaca del día siguiente. Dicho esto, ¡triste Noche! Haced lo que podáis para sobrevivir y si no sale bien vuestro plan, bebed como verracos.