Debería añadir que ser indecisa y pesimista no es una virtud a la hora de tener un blog con cierta estabilidad emocional. He vuelto a cambiar el formato del blog y como creo que da un poco lo mismo porque una mínima población mundial se dará cuenta, pues aquí estoy reconvirtiendo a diario el blog. Hoy le he cambiado el nombre. Ni el título ni la descripción son míos. Pero me adueño de ellos sin ninguna clase de remordimientos. Si alguien tiene curiosidad por saber de dónde vienen, no tiene más que preguntarlo… ¿Por qué este cambio? Pues no lo sé, quizás es que me siento negativa estos días y reconozco que me siento más cómoda, a la hora de escribir, admitiendo mi condición de pesimista.
En estos tiempos que corren en los que estamos hartos de escuchar que una sonrisa alarga la vida, que hay que enfocar los problemas por el lado bueno, que las personas optimistas son más felices y que las cosas les salen mejor a los que ven la botella llena, yo me planto. Es decir, probablemente sea verdad que si se ve el mundo desde una óptica positiva, la vida vaya mejor que viéndola desde el lado oscuro del universo, pero estoy cansada de engañarme. Si por lo que sea, si mi genética, mi vida, mi educación, mi entorno o todos esos factores que hacen que yo sea como soy (y utilizo mi persona, pero mi intención es generalizar a todos) es decir, una persona pesimista y negativa, no voy a intentar ser lo contrario, me acepto como soy. Es verdad, si alguien me pregunta «qué tal te lo pasaste ayer», lo más probable es que diga, «bueno, vaya», «Esperaba otra cosa»… Incluso si me lo he pasado bien, me centraré en lo negativo… «Llovió», «Perdí la cartera», «Me encontré con Rita la Cantaora, menuda imbécil»… Si voy a hacer algo nuevo, pienso en mayor medida en lo que puede ir mal que en lo que puede ir bien. Y es más, hay veces que me autoengaño y me levanto feliz de la cama y digo: «¡Hoy va a ir todo bien!» Y arriesgo… Y ocurre la catástrofe.
¡Basta de engañarnos! No podemos ser optimistas, si no lo somos. Todas estas frases y sentencias que nos bombardean en las redes sociales, en las noticias, en esos mails tan pegajosos en los que piensas en borrar a ese contacto tan comeflores… me ponen muy nerviosa. Vamos a ver: estamos viviendo una crisis económica mundial; cada día hay más parados y la gente en general tiene más y más problemas; los glaciares se están derritiendo; hay varias amenazas de guerra nuclear en distintas partes del mundo, otras tantas guerras; nos gobiernan unos señores que en su propio beneficio no solo nos van a llevar a la ruina a todos sino que están empeorando nuestra existencia por momentos y a todos estos acontecimientos hay que añadir los temas personales ¿Sonreír? Sonríe tú… Yo no tengo ganas. Al mal tiempo, buena cara… ¡ja! Un optimista siempre ve una salida. Un pesimista (e indeciso) se queda estancado. Es verdad, es verdad, lo reconozco. Pero para los pesimistas, las sorpresas desagradables no lo son tanto.
El «yalosabíayo» nos vale para todo. Nunca nos hundimos, porque ya lo estamos. Un pesimista nunca se embarcará en una empresa que pueda fracasar, del riesgo sale la gloria, es verdad, pero también el fracaso. ¿Qué nos queda? La aceptación, pues. En próximas entregas, más y peor.
Todo nos parece una mierda. Pero es NUESTRA mierda!
Ya, ya, claro… Mira, tu comentario me ha hecho cantar una canción de astrud que me gusta mucho. No va con la temática, pero por o menos el estribillo es clavado a tu comentario… gracias y un beso!
Iep desde Bilbo y Donosti,Soy Estitxu,Muy interesante tu blog, El tema de la aceptación dá para mutxo txabalota burgales, ale pues ya "bloggearemos",Muack, Muxutxus
Identificada completamente con tu texto. Siempre he pensado que cuando las cosas te van mal, hay que ser rematadamente imbécil para levantarse con una sonrisa. Yo siempre prefiero ponerme en lo peor para no llevarme sorpresas. Y aún así, me las llevo.