La llave, ese instrumento que nos permite abrir y cerrar puertas. Puertas de cosas que tienen una cerradura porque abrirlas o cerrarlas requiere estar autorizado para abrir o cerrar. Nuestra vida es un universo de llaves. Así, desde el principio de los tiempos, llega el momento del ritual de iniciación en la vida de todo niño/adolescente/treintañero, ese día en el que recibe la llave que le capacita como ente responsable para abrir o cerrar la puerta de la casa de sus padres y, con ella, la puerta hacia la madurez. Y desde ese maldito momento, toda la vida es un sin parar de abrir o cerrar puertas.
Últimamente, mi existencia gira en torno a un llavero con una decena de llaves. Cuatro de ellas son maestras. He tenido que aprender cuál es la llave que abre un 45 % de las cerraduras que tengo que abrir para cerrar a continuación. Acción que repito entre diez y veinte veces al día, sin exagerar. De hecho, lo que he tenido que aprender es, con mayor o más bien menor éxito, cuáles son las cerraduras que se abren con esa maestra. Sin embargo, el 55 % de las veces no funciona, aunque yo sigo intentándolo cuando no recuerdo si esa cerradura tiene una maestra pública o una particular. Las otras maestras tienen asignadas otro par de cerraduras, sin criterio, no os penséis que hay una lógica evidente para abrirlas y luego hay alguna específica para otras puertas. Por otro lado, hay un par de llaves que abren varios lugares, diferentes por cierto, donde se encuentran las llaves que abren otras cerraduras a las que no tengo acceso desde mi llavero. Durante varias horas al día, manoseo nerviosa ese llavero intentando recordar a qué cerradura corresponde cada llave… Algunas están marcadas, pero no sé a vosotros, a mí el código de los colores a veces me funciona y otras veces, pues no. Y a medida que pasan los días, cada cerradura me pide a gritos alguna de las llaves que tengo en mis manos. Mientras, juego con el juego (qué giro tan original) e intento simetrías imposibles al ritmo histérico del fumador sin su cigarro.
Todo este lío con las llaves me ha hecho caer en la cuenta de mis propias llaves, las de mi vida. No me pongo metafísica, todavía no. Hablo de las llaves que abren las cerraduras de tu vida cotidiana. Esas que están en tu llavero y que usas a diario. No sé de qué grupo de personas sois: si sois de los que optáis por llevarlas todas a la vez sin miedo a la vida; o sois de los que viven separando las parcelas de su existencia de manera que sean independientes para que, en caso de olvido o pérdida, no se pierda todo dramáticamente, es decir, si vivís atemorizados de vosotros mismos y de lo que pueda pasar. Yo soy del segundo grupo, no tengo ningún problema en admitirlo. Diversifico por miedo y como no se trata de un miedo irracional a lo desconocido, sino más bien una decisión racional basada en el conocimiento, de esta forma, convivo medianamente bien con la separación de bienes. Lo acepto, soy una cobarde a la que aterran sus propias flaquezas.
Dando vueltas a ese llavero del infierno, me di cuenta hace poco de que en los llaveros de mi vida, esos que tengo por separado y que me causan no pocos ajetreos de ir y venir para buscar el llavero correspondiente a cada rutina de mi vida, en todos mis llaveros tengo un par de llaves que no abren nada. En un momento, lo hicieron, sin embargo, ya no tienen ninguna función, aparentemente real. Y, claro, pensaréis que esto va de cerrar puertas (léase la metáfora que oculta hechos, traumas del pasado…, y esas cosas) deshaciéndome de esas llaves. Pues no. Llevo unos días preguntándome por la razón, si es que existe alguna que no sea la dejadez próxima al extremismo. También me he preguntado por las puertas del pasado y me he abofeteado a mí misma. ¿Puertas del pasado? ¡Venga ya! Las puertas del pasado están siempre abiertas, lo que pasa es que no puedes hacer es cambiar la cerradura. Así que esas llaves aparentemente no valen para nada.
Volviendo a la circunstancia esta de que una persona puede ser más o menos perezosa a la hora de actualizar su llavero. O que quizás, solo quizás, le guste tener llaves para poder tocarlas, que para fetichismos los colores. Pero ¿y si no es así? ¿Y si realmente acumulo llaves que aparentemente no funcionan porque abren puertas que no se ven? ¡Eh! ¿cómo se os queda el cuerpo? ¿Y si de veras se trata de una estrategia que sirve para abrir puertas de universos paralelos que ni buenos ni malos, solo paralelos?
Cuando tenía 15 años vi la peli The Doors, de Oliver Stone, qué decir, me emocionó la biografía palpitante del borracho y amigo de las drogas Jim Morrison. Me decía a mí misma que me apasionaba su poesía suicida que no entendía –por el idioma y por las otras razones– y esa lujuria alucinógena de los sesenta. Me dejaba llevar por las letras, que no entendía, y la actitud rebelde del Rey Lagarto porque me volvía loca. Hoy día, estoy segura de que lo que me pasaba es que me parecía que tanto Jim Morrison como el joven Val Kilmer de entonces estaban buenos, la adolescencia es así. Me compré todo el merchadising que se os pueda ocurrir, incluido el inefable disco de poesía de Jim Morrison, que al hablar en inglés y ser yo una adolescente de la tribu de los cutres, no me parecían los versos los delirios de un borracho que me parecen ahora. Aunque la verdad si tengo que agradecer algo a ese arranque de mi juventud –suicida en progresivo porque después me pasé a Nirvana por los mismos motivos, supongo, veinte años antes de que hicieran la película, eso sí, ese horror llamado Kurt Cobain: Montage of Heck– es que me empezó a gustar otra música que no se escuchaba en Los 40. Bueno, lo de las puertas que no me olvido, Jim Morrison bautizó a su grupo de rock psicodélico Las Puertas, que si lo pensáis es un nombre muy ridículo, porque se lo había flipado con un ensayo de Aldous Huxley, The doors of perception, en el que hablaba de sus viajes con la mescalina y que a su vez se basaba en una cita de William Blake que, según la Wikipedia, dice:
«Si las puertas de la percepción se purificaran todo se le aparecería al hombre como es, infinito».
Lo reconozco, no entiendo lo que quiere decir. Vamos que a mí se me quedó marcada la escena de la película en la que decía esa frase pedante y lo guapo que estaba Jim-Val en una playa de California, pero no me dio por leerme el libro. Ni me dará ya porque a estas alturas de la vida ya he aprendido que leer a los fans de los alucinógenos y drogas varias es un rollo. Ya lo viví con Miedo y asco en las Vegas, un rollazo, menos mal que ya ni me acuerdo de nada y que lo leí porque era lo que tocaba después del momento adolescente suicida: los locos años veinte. Un aburrimiento.
Entonces, lo de las puertas… ¿Por dónde iba? ¡Ah!, sí, abrir las puertas de la percepción. Pues, genial, vas con tu llave, abres la puerta y te aparece un universo de estar drogado, y te sumerges en un paraíso de sensaciones y experiencias alucinógenas, sin ningún efecto secundario para la salud y sin malos viajes. Por mí, bien, vale, me gusta la idea. Aunque me cuesta verlo factible. En el fondo, lo que me gustaría, lo que sería genial y me haría sentirme muy feliz, más que lo de la puertas de la percepción, sería poder dibujar una puerta como la Pantera Rosa, que lo hacía bastante a menudo, abrirla con una de esas llaves que no me funcionan, pasar al otro lado (como la canción Break on through del bueno de Jim ¿o era de Val?), cerrar con la llave, quedarme en el otro lado tan tranquila y ya. ¿Entrar en otro universo? Vale, bien, pero ¿qué me decís de salir de tu universo? ¿Y si de verdad esas cosas de que la llave está en tu interior son verdad? Que no hablo de autoayuda ni de mindfulness ni de coaching ni de cuentos chinos de esos… No, hablo de traspasar las puertas del universo para dejar atrás este universo que de verdad me aburre ya. Estoy harta de este universo. En la historia del mundo, la gente cree encontrar llaves para puertas que no se sabe si existen o te llevan a algún sitio más allá del cuarto oscuro en la religión, las drogas, la moda, la guerra, la ciencia, la música, el arte, el sexo, las corrientes filosóficas, las corrientes pseudofilosóficas, el ajedrez, el deporte, el tractor, el amor, las ganas de vivir, el mus, el supremo líder, la jardinería, la democracia, Windows (bueno, más bien Apple) y el barco. No obstante, ¿y si todo esto fuera una burda mentira y la llave esa que no abre nada abriera una puerta que pudieras cerrar tras de ti? ¿O varias, en caso de ser maestra? Ahí queda.