¡Ah!, ¡la lengua! –suspiro de amor–, ese bravío animal, rebelde y descarado. Su paso asola todo lo que encuentra a su alrededor. Indómita, cual guerrera, dulce como cachorrillo. Amada y despreciada, se remueve en mi boca, rabiosa por poseer, por escaparse de las rejas. Ya no quedan lenguas en nuestros montes. Ya no. ¡Y tú que lo digas, querido mío!