Basta que dijera en mi anterior entrada que no podía leer, para volver a hacerlo. Y me está gustando, ¡qué bien! Poquito a poquito, una horita dos días seguidos, ¡récord! ¡Hacía tanto que no disfrutaba de leer!, estoy hablando de años, y, ¡por fin!, ha ocurrido. Pues bien, hoy leyendo, creando las correspondientes imágenes en mi mente de lo que estaba pasando en un cuento ―que era más bien dramático, ya me vale también―, me han saltado imágenes de mi propia vida, y me ha dado por pensar que ahora visualizo los hechos de mi vida pasada como si fueran escenas de una película o de un libro, como si esa distancia de haberlos vivido en un tiempo que ahora se me hace lejano los hiciera irreales.
En un primer momento me ha dado por achacarle la culpa de la ficcionalización de mi biografía a este mes de confinamiento en soledad. He pensado lo típico: que me estoy volviendo loca. Pero después de un rato con la cosa, he llegado a la conclusión de que quizás lo que ocurre es que veo todas esas anécdotas de mi vida tan lejanas no por el mes de confinamiento vivido, sino por la lejana posibilidad de vivir en un futuro próximo situaciones ambientadas en esa realidad que antes era mi mundo.
Mi pasado y mi futuro se me han hecho ficción, así sin avisar. Es como si ya nada importará el peso de los recuerdos en mi vida presente, porque en mi nuevo día a día me los tengo que contar, como si fueran tan solo historias, para asumir que los ambientes y las relaciones en los que transcurrían ahora son ficción; son solo un escenario como otro cualquiera para narrativas, pero no son espacios que ahora mismo puedan recrearse.
Quizás mi mente ya estaba con el tema cuando empezó este presente distópico e intentó avisarme. Al principio, no podía soportar ver series o películas por disfrutar, por ejemplo; algo que, en las circunstancias anteriormente conocidas como normales, podía ocupar mi ocio sin ningún esfuerzo. Me provocaba ansiedad ver a los actores tocándose o hablando a distancias que ahora me parecen suicidas, haciendo vida normal en escenarios normales…; esa vida normal que se recrea en la ficción para poder contar historias. Era tal esta angustia que, en aquellos días, no podía aguantar ni los veinte minutos de duración de los episodios de series creadas con el fin de rellenar los escasos huecos de esa gente con mucha prisa y poco tiempo que solíamos ser hace poco más de un mes.
Y ahora parece que, ante este sentimiento de incertidumbre total universal, la respuesta de mi cerebro podría ser la reedición de los contenidos almacenados en mi memoria para que, en vez de lamentarme por la pérdida, los pueda digerir como una ficción cualquiera.
Imagen: Lee Miller looking down at Agneta Fisher. París, 1932 © George Hoyningen