En esta temporada que estoy viviendo de astenia otoñal, me he reconciliado con una necesidad que había abandonado desde hace tiempo, casi de una manera rencorosa: leer. En más de un año, no me había acabado ningún libro y es más, los últimos que recuerdo haber acabado, los terminé de mala gana y con el único fin de matar el tiempo. Sí, confieso. No he leído un libro en más de un año… No tengo perdón.
Pero, de repente después de asistir a uno de esos eventos, por llamarlos de alguna manera, a los que voy a veces para ocupar mi cabeza y mi tiempo, escuché hablar de la descripción de los olores y aunque lo que escuché no me pareció demasiado interesante, me acordé de ciertas ideas de esas que te vienen a la mente cuando caminas por la calle sola y que son un tema de conversación para mí misma durante un rato. Vamos, de esas cosas que no se cuentan y no sé por qué, me dije, me tengo que leer el Perfume. Recordé, además, que se lo vi leer a mi hermana hace más de veinte años y rebusqué en la casa de mis padres cuando lo más fácil y rápido hubiera sido hacer uso de mi carnet de biblioteca que hacía muchísimo que no sacaba a relucir. Rebuscar en la casa de mis padres puede convertirse en una labor arqueológica debo decir. No lo encontré, así que me planté en casa de mi hermana con una excusa muy mala y aunque ella no estaba, me las ingenié para revolver en sus cajones y estanterías para encontrarlo. Confieso, sí, se lo podía haber pedido pero también sabía que eso llevaría su tiempo porque, claro, no puedes exigir urgentemente que alguien deje sus tareas para buscar inmediatamente un libro del que ni se acuerda. Porque lo quería ya, es decir entonces. Total, que por fin lo encontré y me fascinó desde la primera página. Tanto que hasta me lo estoy administrando porque no me lo quiero acabar. Como siempre que me dejo obsesionar por algo, comienzo mis monólogos allá por donde voy y me ha sorprendido saber que mucha gente que conozco ya se lo había leído. ¿Por qué nadie me dijo nada?
En fin, no hablaré más de él, ni de la genialidad de Patrick Süskind, ni de los sentimientos que me está provocando. No contaré lo que me hace pensar, ni siquiera ciertos hechos que conectan con mis diálogos interiores urbanos. Solo transcribo un fragmento de la primera página. Y aquí me quedo. Saludos.
“En la época que nos ocupa reinaba en las ciudades un hedor apenas concebible para el hombre moderno. Las calles apestaban a estiércol, los patios interiores apestaban a orina, los huecos de las escaleras apestaban a madera podrida y excrementos de rata; las cocinas, a col podrida y grasa de carnero; los aposentos sin ventilación apestaban a polvo enmohecido; los dormitorios a sábanas grasientas, a edredones húmedos y al penetrante olor dulzón de los orinales. Las chimeneas apestaban a azufre; las curtidurías, a lejías cáusticas; los mataderos, a sangre coagulada. Hombres y mujeres apestaban a sudor y a ropa sucia; en sus bocas apestaban los dientes infectados, los alientos olían a cebolla y los cuerpos, cuando ya no eran jóvenes, a queso rancio, a leche agria y a tumores malignos. Apestaban los ríos, apestaban las plazas, apestaban las iglesias y el hedor se respiraba por igual bajo los puentes y en los palacios. El campesino apestaba como el clérigo; el oficial de artesano, como la esposa del maestro; apestaba la nobleza entera y, sí, incluso el rey apestaba como un animal carnicero y la reina como una cabra vieja, tanto en verano como en invierno, porque en el siglo XVIII aún no se había atajado la actividad corrosiva de las bacterias y por consiguiente no había ninguna acción humana, ni creadora ni destructora, ninguna manifestación de vida incipiente o en decadencia que no fuera acompañada de algún hedor”. (Patrick Süskind).
No te lo habíamos dicho porque formamos parte de una conspiración internacional para que no te lo leyeras ¡Mierda, hemos fracasado!
Síiiii…. no podíais comprar el silencio de tanta gente durante tanto tiempo… ¿Qué más secretos tenéis escondidos?