No se la ve muy diestra en el manejo del perro blanco. Tampoco se le ve indomable, creo, al perro; ella parece amable e insegura, con miedo a incomodar. A las 7:27 de la mañana todo parece que puede incomodar; cómo no va a hacerlo un perro. Un perro de pelo blanco, pequeño, un perro algo peluche. Un perro a las 7:28 de la mañana puede parecer un dragón, de peluche pero dragón. Ella se coloca el dragón sobre su regazo. Antes de entrar en el último vagón del metro ya se ha acabado la canción que escucho cada mañana como homenaje a la marmota. Escucho otra. No me doy la licencia de hacerlo hasta que la primera canción del día ha terminado. La tarareo inconscientemente antes de dar al play. El hombre que se ha sentado al lado del peluche conversa con la dueña mientras le toca la cabeza. Se ríen con ternura. Cambio de canción. A las 7:33 de la mañana no surgen canciones que acompañen. El asiento de al lado del perro queda libre. Me siento. Me pregunta la dueña si me molesta. Niego con la cabeza sin parar la música que no me acompaña en absoluto, pero no se me ocurre otra cosa mejor que escuchar. El perro apoya su hocico sobre mi mochila, que he colocado sobre mi regazo, como si fuera mi perro de peluche. Me río. Ella me mira y sonríe, y me pregunta si me molesta. Vuelvo a negar con la cabeza sonriendo. El peluche estira su cabeza sobre el cuero marrón de mi vieja y muy querida mochila. Me vuelvo a reír. Ella me habla, me quito un casco.
—No a todo el mundo le gusta.
No tiene sentido quitarme el casco. Apago la música. Su mascota está sobre la mía. Vamos a hablar.
—Ya, no a todo el mundo le gustan los perros. Y ellos lo saben.
—Sí, ellos lo huelen.
Asiento con la cabeza.
—Me da miedo que moleste a la gente. Era de una persona mayor. Está acostumbrado a la gente, le gusta la gente, pero no le gustan los perros. Es un peluche.
—A mí no me molesta. ¿Qué es perro o perra? Sí que es un peluche.
—Es perro, pero no le gustan los otros perros. Lo pasa mal con otros perros. Con personas lo que quieras, aunque a algunos no les gusta.
—A mí me gusta. ¿Cómo se llama?
—Currito —contesta. Nos miramos y nos reímos.
—Lo tienes desde hace poco, ¿no?
—Sí, desde hace dos meses. Era de mi tía— la miro por un instante.
Toco la cabeza de Currito. Currito se deja estirando su cuello. Vuelvo a reírme.
—Bueno, es una manera de… —rectifico y la observo desde esa distancia que te da estar sentada hacia atrás en el asiento y hablar a la persona de al lado que está ligeramente echada hacia delante —. Es una manera.
—Sí —asiente—, es una manera.
Nos miramos de refilón y nos sonreímos, a las 7:41 de la mañana, de otra forma. Currito ha empezado a lamerme las manos. Antes de que la sobrina se ponga nerviosa, le pido más a Currito. Le miro a esos preciosos ojos negros de peluche y le digo: «Currito, eres muy bonito», y le informo de que le queda una parada para que me dé todos los mimos que el mundo debería ser capaz de darme a las 7:42 de la mañana. Él obedece o, quién sabe, quizás es lo que quiere hacer a las 7:43 de la mañana. Y me siento feliz cuando salgo del vagón. Es una manera.